¿Quien piensa en las Cajas?

(Publicado en el diario IDEAL de Granada, el 11 de septiembre de 2009)

Las Cajas de Ahorros son una parte fundamental del sistema financiero español.
Sobre la base de su total equiparación operativa con la banca (desde 1977), las Cajas
han ido conquistando una relevante posición en el mercado financiero que las ha
elevado al papel de auténticas protagonistas del mismo (54’6% de los depósitos en
mayo 2009, según la CECA).

Las Cajas no son empresas al uso; la peculiar composición de sus órganos de
gobierno, la reversión obligatoria de sus excedentes a la sociedad o la falta de
“propietarios” en sentido estricto son sólo algunos de los rasgos que demuestran que,
en las Cajas, su actividad es tan relevante como su identidad. Su reconocible avance
no se explica únicamente por su eficiencia empresarial, es sobre todo el éxito de un
determinado modelo de funcionamiento.

La “función social” de las Cajas de Ahorros es el elemento que justifica su existencia.
Las Cajas son un importante instrumento de desarrollo social y económico, cuya
vertiente más conocida es su Obra Benéfico-Social. Pero esta “función social” no se
agota aquí, sino que incluye toda una serie de ventajas (valor añadido) que las Cajas
aportan en el ejercicio de su actividad como entidades de crédito: la atención
preferente a las familias y a las PYME, la atención personalizada al cliente, su papel
limitador de la “exclusión financiera”, la oferta de productos o condiciones distintas a
las ofrecidas por la banca comercial, o la contribución al desarrollo de determinadas
políticas públicas (por ejemplo en materia de vivienda).

Las Cajas, sin embargo, tienen inoculado en su naturaleza jurídica su propio “pecado
original”: una arquitectura financiera que les avoca a capitalizarse sólo con recursos
propios. Las Cajas alcanzan sus objetivos porque no tienen que repartir dividendos, no
hay unas acciones que retribuir. Su excedente se reparte básicamente entre la
dotación de reservas y la realización de actividades de interés comunitario a través de
su Obra Social. Las Cajas no tienen “propietarios”, en sentido estricto.

Esto, que les da una enorme libertad para cumplir sus fines de interés social,
constituye un enorme inconveniente en momentos de dificultad. Si la cuenta de
resultados se resiente (en momentos de crisis, por una gestión inadecuada, etc) no es
posible acudir a la vía de financiación habitual en cualquier sociedad mercantil: la
captación de capital privado. De hecho, esta dificultad llevó a algunos gobiernos
europeos a modificar la naturaleza jurídica de sus Cajas, permitiendo la venta de
acciones o participaciones a inversores privados, con el previsible resultado de la
desaparición del modelo de Cajas en esos países (Gran Bretaña, Italia, Holanda, etc).

El mantenimiento de un nivel adecuado de recursos propios, la tentación de una mayor
intervención pública o la excesiva apertura al capital privado son sólo algunas de las
amenazas a que se enfrenta las Cajas de Ahorros. Las Cajas son, por lo tanto, un
modelo socialmente rentable, pero extremadamente delicado. Resulta paradójico que,
en este momento de inusual atención política y mediática al mundo de las Cajas, estos
temas no estén en la agenda.

La actitud del sector público con relación a las Cajas puede terminar dañando el
sector. Los fines de interés público a que atienden las Cajas no justifican la tensión
política a que están siendo sometidas. Las Cajas son entidades privadas: así lo
reconoce el Tribunal Constitucional. También así lo ha advertido la Unión Europea,
que amenazó con excluirlas del sistema bancario europeo si la representación del sector público en sus órganos de gobierno superaba el 50% (Directiva 2000/52/CE de
la Comisión, de 26 de julio de 2000).

A pesar de ello, gobiernos de todo cuño diseñan el futuro de “sus Cajas”, como si
fueran una extensión de su brazo burocrático. Y además apuestan, todos a una, por la
misma solución: las fusiones. Ya se sabe que la concentración del poder en pocos
actores es una idea muy propia de la lógica política.

El mercado, sin embargo, se mueve con otros parámetros. La rentabilidad es el criterio
a seguir: si crecer es rentable, se crece, y si no, no se crece. Con relación al tamaño
de las empresas, lo grande puede ser enemigo de lo bueno (con las fusiones mal
hechas no se crece, simplemente “se engorda”). Son decisiones que no pueden
tomarse exclusivamente desde el prisma de la política económica, sino que deben
partir del estudio de la situación de la entidad que aborda el proceso.

Observemos el caso de Andalucía. Si optamos por las fusiones, ¿cuál es el nivel
óptimo de concentración de nuestro mercado financiero? Andalucía tiene ya una larga
historia de fusiones. Sólo en los últimos 20 años hemos pasado de 14, a las 3 Cajas
actuales, para lo cual se han completado 8 procesos de fusión o absorción. Este es un
camino que otros comienzan a recorrer ahora: sólo en Aragón (1’3 millones ha.)
conviven todavía 4 Cajas, en Castilla León (2’6 millones ha.) otras 4. En Cataluña (7’5
millones ha.), por ejemplo, el Gobierno autonómico ha planteado pasar de las 10 Cajas
actuales a 3 grandes Cajas. ¿Cuántas Cajas de Ahorros “caben” en Andalucía?

No es cuestión de aritmética. Andalucía es una realidad plural. Su extensión y sus más
de ocho millones de habitantes han ido configurando una comunidad con indudables
referentes de su identidad colectiva, y con no menos numerosas ni evidentes
diferencias, que también la enriquecen y ayudan a definirla. Al contrario que en otras
Comunidades Autónomas, los impulsos políticos, administrativos, comerciales,
demográficos o culturales no se han ido articulando entorno a un único polo de
agregación; nuestra realidad diversa ha ido forjando un modelo de liderazgo
compartido, multifocal. Un modelo perfectamente exportable a nuestro mercado
financiero.

En un escenario como el actual, con tres grandes actores (Cajasol, Caja Granada y el
grupo Unicaja-Jaén-Cajasur), cada uno con una implantación geográfica diferente (no
concurrente), con un mercado propio consolidado y con un liderazgo territorial
repartido, ha llegado el momento de insistir en uno de los rasgos que han hecho
grande el modelo de Cajas de Ahorros: la cooperación.

Las fusiones no son el único camino. Existen múltiples formas de cooperación,
suficientemente ensayadas y cuyos resultados pueden ser tan buenos (y menos
arriesgados) que una fusión. Puede acudirse a un Sistema Integrado de Protección
(SIP) o “fusión virtual” (cada entidad mantiene su identidad y su soberanía, pero
integra costes y ratios de solvencia), establecerse alianzas puntuales para la
prestación de determinados servicios, estudiar una cierta especialización comercial
para cada entidad, o puede abundarse en la gestión a través de instituciones comunes
a todas ellas, como por otra parte ya han empezado a hacer las Cajas andaluzas con
la experiencia del Banco Europeo de Finanzas.

Además un modelo policéntrico evita los inconvenientes clásicos de las fusiones
(duplicidad de oficinas, de personal, de cultura de empresa, en definitiva, de oferta),
garantiza la vinculación al territorio propia de las Cajas de Ahorros y abre un verdadero
abanico de oportunidades de mejora. Para ello es necesaria una estrategia en la que
lo profesional prime sobre lo político y en la que el sector público asuma un papel de facilitador de la construcción del nuevo modelo. Siguiendo la conocida metáfora de
OSBORNE-GAEBLER, el gobierno puede “llevar el timón”, pero son las Cajas quienes
tienen que “remar”. El protagonismo corresponde a los Consejos de Administración.
En ellos se da una verdadera representación de la sociedad a la que sirven:
impositores, empleados, entidades sociales de todo tipo y, por supuesto, también el
sector público. Sobran medios y capacidad para diseñar las mejoras estrategias, para
hacer las mejores propuestas.

La defensa del modelo de Cajas de Ahorros no es un objetivo idealista, las Cajas no
son un fin es sí mismas, son sólo un instrumento al servicio de determinados fines de
interés general. Su defensa es la defensa de esos fines públicos. Perdiendo las Cajas
(por cambios en su identidad, por absorción, manipulación, quiebra, por cualquier otra
causa) estamos perdiendo una institución que el mercado no podrá sustituir. Alguien
debe pensar en las Cajas.

Así lo explicaba un reconocido experto en la materia como JACK REVELL, aquí en
Almuñécar, hace sólo algunos años: “aquellas Cajas de Ahorros a las que se les ha
permitido conservar su identidad, incluidas las españolas, afrontan retos que creo que
serán capaces de superar, pero otras, excepto unas pocas de pequeño tamaño en
otros países, parecen destinadas a perder no sólo su identidad sino también su propia
existencia”.

Pablo Hervás Clivillés. Licenciado en Derecho.

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